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LA ALEGRIA DE LA VIDA

Nuevo escrito sobre Navidad

Aqui os dejo otro relato más:

 Era incapaz de recordar la cantidad exacta de tragos que habían abrasado su gaznate desde que entró en el bar y se sentó sobre un taburete próximo a la barra. Calculaba que debían de ser muchos pues Casimiro era, ahora mismo, incapaz de ver con claridad más allá del brazo extendido intentando descifrar la hora en el reloj. Ni siquiera recordaba qué le había llevado allí. Intentó pensar en ello pero sólo le supuso un incómodo e insistente dolor de cabeza que apareció de repente. Se acababan las fiestas navideñas y el local estaba repleto de clientes celebrando la noche de Reyes. Decidió pedir la última antes de marchar a casa para ver si mitigaba en parte el dolor. Tampoco tenía prisa. No había nadie esperándole.

 Soltero empedernido con 42 primaveras a sus espaldas. Nunca había surgido en su vida la oportunidad de iniciar algo parecido a una relación amorosa, ni siquiera había sentido las famosas mariposas en el estómago ante alguna de las mujeres que habían pasado por su vida y por su cama. Era un apasionado de la libertad en todas sus formas. Algunos de sus amigos le habían catalogado como nómada de la era moderna. De ello daban fe sus múltiples viajes por el extranjero y trabajos. Había pasado algún tiempo en Londres, Paris, Nueva York, Zúrich e incluso 6 meses en la exótica Madagascar antes de decidir regresar definitivamente a España. Un buen día, al despertar, sintió la necesidad de volver.

 Y allí estaba, después de tanto ir y venir por el mundo, tomando copas, sin cesar y sin sentido, en aquel bar. Las sienes le seguían latiendo, al ritmo frenético de la música que retumbaba en el local, a pesar de los profundos tragos que proporcionaba  a la copa. El tintineo de los hielos en el vaso ya vacío incrementaba la sensación de vértigo en la que se encontraba inmerso. Lo mejor era marcharse de allí e intentar despejarse un poco. Pensó en su amplia y mullida cama y terminó por convencerse de que era la mejor opción con tal nivel de alcohol en sangre.

 En la calle hacía un frío de mil y un demonios. Un incómodo viento helado recorría la ciudad congelando todo lo que encontraba a su paso, aunque reconocía que aliviaba en parte su sufrimiento. Se subió la cremallera del abrigo hasta arriba, metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar en dirección a su destino. La agradable sensación del primer momento se fue disipando a medida que la sangre comenzó a fluir con más fuerza por su cuerpo. La riada del whisky consumido terminó por llegar a todas las partes de su menguado organismo, especialmente a su cerebro. El mareo se duplicó en cuestión de segundos. Una mano invisible apretó con fuerza su estómago produciéndole las primeras nauseas. Intentó resistir pero a la segunda embestida comprendió que no aguantaría hasta llegar a casa. Se enganchó al primer árbol que encontró cerca y encorvando su espalda para evitar que las salpicaduras, procedió a aliviar su carga. Perdió brevemente el equilibrio y a punto de caer sobre los restos de su noche de desenfreno. El malestar, en lugar de remitir como era de esperar, aumentó con virulencia. Las venas de las sienes amenazaban con explotar de un momento a otro. Una densa niebla cubrió sus ojos. Perdió la noción del lugar en el que se encontraba. Sólo le quedaba el consuelo de que sus pies aún recordaban el camino y continuaron su viaje, arrastrándole con ellos.

 Algún iluminado del  Ayuntamiento había dedicado el escaso tiempo libre que le quedaba, después de las labores propias de peloteo, a plantar farolas a diestro y siniestro, en un afán desmedido por embellecer esa parte de la ciudad. La calle estaba perfectamente iluminada pero suponían un riesgo añadido en su intento de llegar sano y salvo a su mullida cama. Una pasó a toda velocidad por su derecha, otra por su izquierda. Iba esquivándolas como su escasa conciencia le permitía. De pronto, una surgió de la nada y su cabeza impactó violentamente contra ella. Su cuerpo quedó extendido en el duro y frio suelo. No llegó a perder la consciencia pero se vio obligado a cerrar los ojos con fuerza por el intenso dolor que se acumulaba en su cuerpo debido al golpe.

 Cuando pudo volver a abrirlos parecía estar en otro mundo. Debía de estar sangrando porque notaba cierto rio tibio por el lado derecho de la cara. Tres rostros aparecieron sobre él. Sus ojos reflejaban preocupación por su estado, que debía de ser realmente calamitoso. Uno de ellos extendió su brazo para ayudarle a levantarse de la acera. La subida fue un auténtico suplicio. Todo daba vueltas, como si le hubieran metido directamente en el centrifugado de la lavadora.

     - ¿Estás bien? – dijo uno de ellos con marcado acento cubano

     - Sí, creo que sí. – susurró el etílico Casimiro

     - Está usted sangrando – afirmó con rotundidad uno de los rostros medio oculto tras una larga barba blanca

     - ¡Joder!. Debo de seguir borracho. No puede ser.- dijo Casimiro mientras se echaba las manos a la cabeza.

     - Para mí que este tipo está en estado de shock – comentó el tercero

     - Dios, que fuerte. ¡Pero si son los tres reyes magos! – gritó eufórico Casimiro mientras corrían de un lado a otro de la acera.

     - Definitivamente, está en estado de shock. Deberíamos llamar a una ambulancia o acercarle a algún hospital.

     - Pues tendremos que acercarle a algún hospital. Ninguno tenemos móvil y no veo una mísera cabina para llamar al SAMUR.

     - ¡Qué coño llamar a una ambulancia! ¡Estoy de puta madre! ¡Qué grande, los reyes!

     - Este tipo lleva una castaña encima que no entiendo cómo puede mantenerse en pie. Me llega hasta aquí el olor del whisky cada vez que abre la boca.

     - Pero, ¿qué hacéis aquí parados, tontos? Tenéis muchos regalos que repartir a los niños. Marcharos.

     - No es mala idea. Deberíamos irnos. Ya se le pasará la curda.- dijo la barba blanca

     - Yo no puedo dejarle aquí en este estado. Mira cómo le corre la sangre. ¿No tenéis algún pañuelo por ahí para taparle la hemorragia? – exclamo el cubano con cierto tono de asco en su voz.

     - Estoy helado de frío. ¿Cómo podéis sobrevivir aquí los madrileños? Yo creo que aquí hasta los pingüinos se congelarían. Con lo calentito que estaría yo en mi Colombia natal – exclamó el que portaba una larga melena negra.

     - Te acostumbrarás con el tiempo, Edwing. Por lo menos en parte. A mí sólo me ha costado 10 años. Pero recuerdo esa sensación cuando aterrice aquí desde Cuba.

     - Pues a mí ni fu ni fa. Claro que nací. – concluyó el tercero mientras se atusaba su barba blanca.

     - No pasa ni un alma por la calle. Si viéramos a alguien podríamos pedirle que llamara a una ambulancia y pirarnos a casa a entrar en calor.

     - ¡Oyeeeee!. Ahora que me acuerdo. ¿Dónde habéis dejado los camellos? ¿Están escondidos?

     - ¿Qué dice ahora esté loco de camellos?

     - Está delirando. Nos está confundiendo con los Reyes Magos. ¿recuerdas?

     - Está peor de lo que imaginaba.

     - ¿Por qué no me lo decís? – preguntó Casimiro mientras golpeaba el hombro del amigo cubano.

     - Cómo me vuelva a tocar le voy a dar con la mano abierta. ¡Qué pasado!

     - Ten en cuenta su estado, hombre. No sabe ni lo que hace ni lo que dice.

     - Venga, cuéntame. ¿Dónde están los camellos? ¿Y los regalos?

     - Déjame a mí, Héctor – dice el colombiano dando un paso hacia Casimiro separándolo del cubano. Mira pequeño, no podemos contártelo porque si no dejaría de ser un secreto, ¿no?

     - Es verdad. Me gustan los secretos. Y los regalos. ¿Me habéis traído muchas cosas? – pregunta Casimiro con una amplia sonrisa infantil en su rostro.

     - Eso lo descubrirás cuando llegues a tu casa y te metas en la cama.

     - Pues entonces, me voy corriendo. ¡Qué ilusión!

     - Espera, espera. Primero hay que curar esa fea herida que tienes en la cabezota.

     - Pero si no me duele.  Deja que me vaya a casa.

     - Eso, déjale que se vaya a su casa – dice Gonzalo.

     - No podemos y punto. Vamos a esperar a ver si aparece alguien que pueda ayudarnos.

     - ¿Me habéis traído el patinete que os he pedido? Espero que si porque me he portado muy bien con mama. La he ayudado mucho y he sacado buenas notas en el cole.

     - Esto es muy surrealista. Te prometo que no había vivido nunca algo remotamente parecido.

     - Pues vete preparando. Acá en España pasan cosas raras con cierta frecuencia. Ya lo iras viendo Edwing.

     - Quiero mi patinete. ¿Por qué no me lo dais ya y os ahorráis un viaje? Seguro que tenéis mucha prisa – suplicó Casimiro.

     - No podemos. Tenemos que dártelo en casa – grito enfadado Héctor

     - No grites, Héctor. Cómo se asome un vecino y vea a 3 tipos rodeando a otro sangrando van a pensar mal. Y terminaremos la noche en alguna comisaría.

     - Casi lo prefiero con tal de librarme del pelma este.

     - ¿Y qué historia le contamos al policía acerca de la herida en la cabeza? ¿y sobre vuestros papeles de residencia?

     - Joder, el zumbado este nos tiene cogido por los huevos. Mira, a tomar por culo el prójimo. Vámonos. Ya se ocupará alguien de él. Son casi las 5 de la mañana y empezará a salir la gente a la calle. ¿no?

     - Pues mira, tienes razón. Si tú ya no tienes escrúpulos en dejarle tirado, yo tampoco.

     - Ni yo.

     - Entonces, ¿a qué esperamos? – pregunta Edwing mientras da la espalda a Casimiro y comienza a alejarse.

 

Todos prosiguen su camino dejando a Casimiro allí de pie, embobado. El todavía no termina de creerse que haya visto a los Reyes Magos. De repente, recuerda que no les ha dado las gracias por lo del patinete y sale corriendo hacia ellos.

      - Me cago en la puta. Nos sigue. Corred – exclama Héctor

Salen corriendo los tres como alma que lleva el diablo con Casimiro detrás de ellos. Tras cien metros de carrera las escasas fuerzas que aún quedaban en el amoratado cuerpo de Casimiro le abandonan por completo. Su cuerpo impacta, por segunda vez en la noche, contra el suelo.

 Cuando vuelve a abrir los ojos. Un operario del SAMUR le está apuntado a los ojos con una pequeña linterna.

      - Está bien. Tiene las pupilas dilatadas pero puede ser por el alcohol que ha ingerido. Pero de todas formas vamos a llevarle al hospital para que le hagan una revisión de esa herida en la cabeza.

     - He visto a los 3 Reyes Magos. Y me van a traer el patinete que les había pedido.

     - Sí, claro. Y yo ayer vi a Santa Claus, no te jode con el borracho.

 

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