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LA ALEGRIA DE LA VIDA

Relato. Ni olvido ni perdón. Sentimientos

NI OLVIDO NI PERDÓN, SENTIMIENTOS

Confieso que nunca me han gustado especialmente los hospitales. Tal vez por la cantidad de malas experiencias vividas entre sus paredes. De niño por los sufrimientos vividos con diversas enfermedades. De adulto por las irremediables pérdidas de personas con gran significado en mi vida personal.

Hoy no iba a ser distinto de ocasiones anteriores. Un desagradable escalofrío por todo mi cuerpo me acompañó desde el parking hasta llegar frente a la puerta de la habitación. Entré sin llamar. En su interior, mi consumido padre yacía sobre el menudo lecho observando absorto la televisión. Mi madre permanecía a su lado, como había hecho durante toda su vida juntos. Se entretenía leyendo a hurtadillas una revista del corazón. Simple excusa para que mi envejecido padre no viera sus ojos cubiertos por el rocío de la tristeza y enrojecidos de tanto frotar para borrar cualquier rastro. Sus ojos, enmarcados entre negras cejas y oscuras ojeras, denotaban que había vuelto a pasar la noche en vela. Atesoraba demasiadas en su haber pero se negaba rotundamente a que la responsabilidad de su cuidado cayera sobre otra persona.

     - Hola chicos, ¿cómo están ustedes? – canturreé imitando a los payasos.

     - Hola hijo  – las palabras salían lentamente de la boca de mi padre mientras intentaba alejar su menuda cabeza rapada de la almohada.

     - Tranquilo, no te esfuerces. Ya me acerco yo – le indiqué mientras mi corazón me atraía a la cama y mis ojos quedaban atrapados en las enredadas manos de mi madre sobre su cara, llorando ya sin ningún disimulo.

 Me incliné para darle un beso en la frente tal y como había ido haciendo todos los días desde que le hospitalizaron durante una fría madrugada del mes de enero. Su cuerpo se mostraba más consumido y desgastado cada día que pasaba. Sus manos, antes curtidas y robustas por el duro trabajo, se habían convertido en tristes fantasmas del pasado. Árboles secos y olvidados desprovistos de las hojas que antaño les dieron belleza y valor, transformándolos en horribles y quebradizos. Su pecho, me recordaba a esas duras tablas de madera que las mujeres del pueblo utilizaban para lavar la ropa en las turbias agua del río. Un nudo se formó dentro de mi garganta conduciendo el torrente de saliva hacia el mar de mis ojos provocando su desbordamiento.

     - Pero bueno, ¿cómo va a llorar un hombre como tú? – dijo mi padre tomando mi cara entre sus huesudas manos.

     - Entiéndeme papa. Es muy difícil verte así. Estoy deseando que mejores para esa comida que nos prometimos hace algún tiempo.

     - ¡No mientas! – exclamó - . Sabes que no he soportado nunca la mentira. Esta mañana, durante la visita del doctor he pedido sinceridad y me ha confirmado lo que me temía. No hay vuelta atrás, es sólo cuestión de días.

 Esa claridad tan brutal y directa acrecentó la tristeza que aferraba fuertemente mi alma y por proximidad afectiva también lo hicieron las lágrimas.

     - No, papa. Verás como dentro de unos días te sentirás mejor. Tú siempre has sido una persona muy fuerte y tenaz. Sabes que los médicos siempre tienden a exagerar para curarse en salud.

     - Por Dios, Carlos ¿a qué viene ahora esa actitud tuya?. Cuando a uno le llega la hora de partir, le llega y punto. No entiendo porque te apenas pues yo me siento tan triste. La felicidad ha estado presente durante toda mi vida y me voy con la sensación del trabajo bien hecho. He cumplido todos mis deseos sin excepción con una mujer que me ha amado sin medida y con el mejor regalo que a uno le pueden hacer en forma de hijo. Un hijo que siempre ha estado a mi lado aún cuando tenía problemas más graves a los que prestar su atención. ¿Por qué voy a tener pena?

     - Porque aún te quedan muchas cosas que vivir.

     - No sigas por ahí. Eso es chantaje emocional. Cada persona vive aquello que tiene que vivir. Hay momentos buenos, otros menos buenos y algunos malos.  Lo más  importante es aprender de todos y cada uno de ellos y disfrutarlos en su justa medida.

 Un incómodo silencio se apoderó de la habitación. Sólo roto por el trasiego de la gente frente a la puerta entreabierta de la habitación.

     - Anda, cambia que este programa es tan horrible que como continúe viéndolo un rato más, seguro que tenéis que llamar al forense –dice apuntando hacia la tele con su  índice.

Ni rastro del mando a distancia. Desde que era pequeño recuerdo a mi padre o a mi madre intentando encontrarlo. La tecnología no se había hecho para ellos. Lo más moderno que tenían era un DVD, un regalo de reyes. Aún se podría vender como nuevo. Finalmente lo encuentro justo debajo de la cama, cerca del brazo de mi padre. Seguro que intentó usarlo y se cayó al suelo. Está manchado de Betadine, sin duda, utilizado para curar la herida en su brazo de la incómoda vía. Al reincorporarme mi cabeza se golpea con uno de los hierros que sostienen la cama. Un alarido de dolor resuena en toda la habitación y parte del hospital. Asustada mi madre, salta del sillón como un resorte corriendo hacia mí.

     - Por Dios, Carlos, que susto. ¿Estás bien? – acierta a preguntar mi temblorosa madre

     - No pasa nada, sólo ha sido el golpe – contesto a mi lentamente a mi madre, escupiendo con dolor cada palabra.

El mareo se va apoderando poco a poco de mí. Mi mente se llena de una pesada niebla. Antes de caerme redondo al suelo, aparto a mi madre del brazo con desesperación para que dejé libre el camino hasta algo más blando. Termino cayendo a plomo sobre el sillón.

     - Carlos, Carlos – grita mi madre con gran angustia -¿Seguro que te encuentras bien?

     - Pues no del todo, me estoy mareando. Pero no te preocupes que enseguida se me pasa.

Mi madre, ordenada jefa vitalicia de enfermería de la casa de los Rodríguez por una corte de seres angelicales, se marcha corriendo al pasillo en busca de algún experto facultativo que pueda dar un diagnóstico completo de la protuberancia que corona mi cabeza. Duele y palpita como si, del golpe, mi corazón se hubiera desplazado allí.

Mi madre aparece en la puerta acompañada de una rolliza enfermera ataviada con un impoluto traje blanco. Un rayo de sol atraviesa las dos figuras y se clava en mi cabeza aumentado aún más el profundo dolor. Entrecerrar los ojos para evitarlo me produce aún más tortura. Por fin, cierran la puerta y la sombra vuelve a rodearme calmándome en parte.

La cara de la enfermera denota un cierto enfado, sin duda, por haberse visto interrumpida en sus múltiples labores.  Sus labios apretados afirman el pensamiento inicial. Mi madre ha sido una persona muy cargante durante toda su vida, sobre todo, cuando su familia anda por medio. No cesa de insistir hasta que consigue aquello que se propone o desea. A pesar de algunas cuantas malas contestaciones recibidas sigue sin cambiar de actitud ante lo que ella considera necesario e importante. Incluso, al poco de enterarnos de la enfermedad que sufría mi padre, llegué a pensar que sería capaz de acabar con ella a base de repetirle que se fuera. Me imaginaba al cáncer salir corriendo del cuerpo de mi padre rogándola que se callara.

La enfermera toma mi testa con ambas manos y realiza un análisis periférico del producto residual de tan duro golpe.

     - Menudo golpe que te has tenido que dar, machote. Tiene un color extraño pero no es nada grave. El tiempo todo lo cura. – sentencia la enfermera, tras un brillante análisis de 10 segundos, con una fina voz poco acorde con su desarrollado cuerpo.

     - Gracias, señorita – respondo giñando un ojo, primer símbolo de gratitud que cruza por mi dolorida mollera.

     - Anda, espera un momento aquí, galán, que voy a buscar algo por la planta con que hacerte una pequeña cura.

     - No señorita, no hace ninguna falta, de verdad.

     - ¿Cómo que no hace falta? ¿Aquí quien es la experta en la materia? – gruñe la enfermera, herida en su orgullo profesional.

     - Era para no incomodarla más. Tendrá asuntos más importantes que atender.

     - Le prometo que no es molestia. Me inclinaría a afirmar que más bien se trata de un placer. ¿No querrá quedarse con una fea marca con esa carita tan linda? – replica con desparpajo mientras se cierra la puerta de la habitación.

     - ¡Qué simpática y guapa es la chica!, ¿no crees? – sonríe picarona mi madre, poseída por el espíritu de la anciana Celestina.

Desde que me marché de su casa para vivir en mis propias carnes la sensación de libertad, ha insistido, en cada oportunidad que se le brindaba, en buscarme una pareja con la que “asentarme en la vida”. Tantas y tantas veces que hace ya años que dejé de contarlas. Y lo peor es que no ha cejado en el empeño.

     - Mama, ya te he dicho mil veces que no necesito compañía en mi vida. ¿Cuándo entenderás que disfruto siendo libre, sin ningún tipo de atadura? .No me apetece nada tener que dar explicaciones a nadie de lo que hago o dejo de hacer en mi vida. No insistas más, por favor.

     - Perdona hijo si te he molestado. Es la ilusión de tener algún día nietos como el resto de mis amigas.

El ataque siempre se produce por el mismo lado. Y encima siendo hijo único, la carga que deposita, con cada referencia del tema, es mayor y más pesada. A veces siento la culpabilidad rondándome cuando contemplo a mis padres cariacontecidos cuando se trata en los eventos familiares este tema de la descendencia.

Mi madre se queda mirando al horizonte infinito a través de la ventana. Sus ojos comienzan de nuevo a destilar pedacitos de pena impregnados en su alma. Me tambaleo hasta llegar a ella para abrazarla con todas mis fuerzas. Mis brazos se convierten en el refugio deseado. El rostro de mi padre queda surcado de finas grietas brillantes evidenciando la gran emoción sentida.

     - No llores más, hombre. Con tanto drama nos quedaremos secos los tres.

Ella besa tiernamente su mejilla, con miedo, como si se pudiera romper en mil fragmentos. Permanecía ensimismado contemplándolos cuando la enfermera irrumpió empujando un carrito para las curas.

     - Pero bueno, ¿qué está pasando aquí?. Menudo espectáculo. Vaya ánimos que le están dando hoy, don Luis  – sonríe la enfermera.

     - Sólo es un momento de bajón – se excusa mi madre separándose de su marido.

     - A ver grandullón, siéntate aquí, que vamos a intentar menguar ese chichón.

 En menos de un minuto lo tengo desinfectado y adornado con una ridícula tirita infantil, cortesía de nuestra amiga enfermera. Y de propina un sonoro beso en la frente. Al final tendré que invitarla a cenar. La enfermera retorna a su rutina en el hospital tras una lluvia de sentidos agradecimientos.

     - ¿Por qué no aprovechas que está Carlos para ir a desayunar y darte un paseo para que se te despeje la cabeza?

     - Pues lo cierto es que me vendría bien tomar algo de aire fresco. Y ya empiezo a tener un poco de hambre.

Coge una chaqueta colgada del respaldo de una silla. Nos pregunta si alguno hemos visto su bolso, que no lo encuentra. Finalmente abre un armario metálico y allí esta. Un beso para cada uno sirve a modo de despedida y dejarnos por fin solos.

     - ¿Ya se ha marchado? – pregunta mi padre mientras se incorporaba sobre la cama.

     - Sí, creo. Ha salido de la habitación porque he oído la puerta. Aunque tal vez esté cerca terminando de ultimar mi venta.

     - No me extrañaría  – afirma mi padre entre carcajadas.

Me pareció esperanzador escuchar una risa de mi padre. Por un momento, creí en la posibilidad de su recuperación. Olvidé incluso se encontraba gravemente enfermo.

     - Hijo. Tengo que pedirte perdón. Antes te he mentido. –

     - ¿En qué? – pregunté haciendo memoria de la conversación anterior.

     - No es cierto que no haya nada que me apene antes de morir. Tengo algo en mi interior que me lleva causando muchos quebraderos de cabeza a diario.

     - ¿Y quieres contármelo a mí?

     - Bueno, creo que este es un buen momento, tal vez no tenga más tiempo. Y no es que quiera contártelo a ti sino que debo hacerlo.

     - Papa, por favor. Evitar hablar así. Hacer referencias continuas sobre tu muerte hace que me sienta mal y triste.

     - ¡No hijo! Me niego a olvidar el tema de mi muerte. Deberías de afrontarlo cuanto antes para no sufrir más de lo que debas.

     - Tengo tiempo de sobra para hacerme a la idea. – conteste algo enfadado por la nueva regañina.

     - Los dolores van aumentando, así como las dosis del calmante. Mira la velocidad endiablada del goteo. Gota, gota, gota,… Pero bueno, cállate de una vez, que me distraes.

     - Vale, vale. No se enfade usted señor gruñón. Espera que acerco la silla que llevo un buen rato de pie y empiezan a dolerme las piernas.

     - Bien, así no tendré que gritar, que no estoy para esfuerzos inútiles.

     - Voy papa.

A mi mente acudieron numerosos recuerdos de mi niñez con un padre, mucho más joven y vital. De pie, en la mesa, en el coche, dándome órdenes y yo acatándolas con un respeto que incluso ahora me parece desmesurado.

     - Tengo que confesarte algo que va a cambiar tu vida. Y, tal vez, los recuerdos que conserves de tu infancia. No quiero hacerte daño de forma gratuita pero será conveniente para tu futuro y para mi descanso.

     - Me estas empezando a asustar con este comentario pre-apocalíptico.

     - Mira, ya sabes que no soy de esas personas a las que le gustan irse por las ramas. Siempre he sido muy directo, terriblemente directo en ocasiones. Bien, allá vamos. Debes de saber que, que,…

     - Por Dios, quieres soltarlo de una vez. Me estoy poniendo nervioso.

     - Ufff, pues.. yo no soy tu padre biológico. Por fin. Ya lo he confesado.

     - ¿Qué? ¿De qué estás hablando hombre?- dije levantándome violentamente de la silla.

     - Te contaré toda la historia pero siéntate de nuevo e intenta tranquilizarte. Yo conocía a tu madre desde que éramos pequeños pues vivíamos en casas diferentes pero que compartían un gran patio donde salíamos a jugar. Había mucha complicidad entre los dos. Pero se cortó en seco cuando me trasladé a Madrid a estudiar. Estuve a punto de renunciar porque por esa época empezábamos a tontear. Pero mi padre me quitó pronto la idea. Habían trabajado muy duro para conseguir el dinero para que su hijo no fuera un simple palurdo hombre del campo y tuviera un buen futuro lejos de allí.

Volvía todos los veranos pero la relación se fue enfriando debido a la distancia. En uno de esos veranos me enteré que se iba a casar en breve. Estaba embarazada y no quedaba otra solución que el matrimonio. Los padres decidieron celebrar la boda cuánto antes pero habría de esperar unos pápeles necesarios. Por culpa de eso tu madre no se casó. Y gracias.

El era un caradura, que tenía su oficio y beneficio en vender libros casa por casa. Se llamaba Carlos y había llegado unos años antes con su familia. De ahí tu nombre.

 Hizo una pausa para beber un poco de agua pues la boca se le había quedado seca con tanta charla. Tras recolocarse de nuevo sobre la cama continuó el relato.

     - Era un hombre al que le gustaba mucho disfrutar de la vida en solitario. Tu madre se quedaba esperando en casa para hacer las labores propias de los novios pero la mayoría de los días Carlos tenía cosas más importantes que hacer. Un día, tu madre se cansó de esa vida y fue a buscarle al bar donde solía parar todos los días. Ese día había bebido más de la cuenta como de costumbre. Se sintió herido en su orgullo masculino cuando solicito respuesta a sus desplantes. La zarandeó delante de todos los presentes e incluso levantó la mano con la clara intención de golpearla delante de sus amigos de borrachera para restaurar su honor de hombre. Le agarré la mano antes de que llegara a tocar su cara. El objetivo de la ira que brillaba en sus ojos cambio a mí. Llegamos a las manos hasta que algunos clientes del bar lograron separarnos. Carlos, ordenó a tu madre a gritos que volviera a casa pero ella estaba aterrorizada en un rincón del bar. Tenía miedo a las posibles represalias. Todo el mundo intentó sin éxito que se tranquilizará. Tras una ráfaga de insultos, a cual más duro, abandonó corriendo el bar y nadie más le volvió a ver por el pueblo.

      - Pero eso no puede ser verdad. Después de tantos años ¿Por qué no me lo ha contado ella? – pregunté con cierta desesperación en mi voz

     - Desconozco el motivo. Puede que fuera para evitarte el dolor de la noticia o por pura vergüenza. Conoces lo celosa que es con su vida privada. Después de la espantada de Carlos la gente del barrio fueron muy crueles con su situación. Embarazada y abandonada.

     - Joder, es muy fuerte. ¿No será una broma?. Estoy alucinando. ¿Por qué no se ha atrevido a decírmelo? ¿y por qué tú tampoco?.

     - Bueno, hijo, es normal que reacciones así, que te surjan dudas, que te enfades.

     - ¡Hazme un favor! ¡No me llames hijo!.  Está claro que no eres mi padre. No te permito llamarme hijo. Dudo incluso de que ella sea mi madre.

     - ¡No te consiento que hables así  tu madre!- gritó mientras me cruzaba la cara con una sonora bofetada.

     - Mira, padre, Luis o quién seas. ¡Vete al infierno!. No quiero volver a verte más- dije mientras tomaba rápidamente mi abrigo tirando la silla al suelo y salía por la puerta de la habitación.

     - Yo la quería. Siempre estuve enamorado de ella. Me cansé de ver como la gente la hacía sufrir, como la vergüenza la comía por dentro. Sus ojos se apagaron. Y eso no podía soportarlo después de haberme quedado tantos días embelesado por el brillo de sus ojos infantiles. Por eso la propuse matrimonio y nos marchamos a Madrid. La he amado todo este tiempo y la seguiré amando por siempre jamás. Juntos te dimos el hogar que necesitabas. No puedes pasar del amor al odio en tan poco tiempo.

      -  Creo Luis, que todavía sigues viendo en mí el niño que rescataste junto con mi madre. Pero ya soy lo suficiente maduro como para decidir acerca de mis sentimientos. Te lo repito porque creo que no me has escuchado. ¡Vete al infierno!.

Paso enfurecido a través de la puerta, abierta de par en par con violencia, camino del ascensor para poder alejarme rápidamente de allí. La enfermera pasa a mi lado, intenta decirme algo, pero ahora mismo no deseo ni puedo hablar con nadie. Acelero aún más el paso agachando la cabeza evitando mirarla a los ojos.

Bajo en el ascensor hasta el parking. Comienzo a temblar producto de la rabia contenida y los nervios de la noticia. El resto de pasajeros contemplan aterrorizados mis gestos. No puedo controlarme. Alguno pensaría que estoy con el mono o escapando de la planta de psiquiatría. Al llegar busco mi coche sin éxito. La inquietud del momento impide cualquier tipo de razonamiento por parte de mi sobrecargada mente. Soy incapaz de encontrarlo. Regreso a las cercanías del ascensor. Me siento en unas escaleras cercanas. Estallo, por fin, en un llanto silencios e incontrolable. Tapo mi cara con las manos porque no soporto que me vean llorar. No puedo creerlo. Pero mi cabeza me recuerda que él nunca miente. Un grito de rabia rompe el silencio.

Paso un buen rato allí sentado. Consigo recomponer los miles de pedazos rotos en los que ha quedado mi alma. Ánimo, tu puedes. Debes seguir adelante. Esto no puede afectarte. Tras 15 minutos revisando uno a uno los coches aparcados logro hallar mi coche. Arranco. Primera. Túnel de salida. Ticket. Acelero con ansía. El deseo de llegar a casa es considerable.

No recuerdo nada del camino de regreso. Llave. Se abre la puerta de garaje. Entra el coche. Se cierra la puerta. Me adentro en mi refugio. Nada más cerrar la puerta comienzo a desvestirme. Subo a la primera planta. Abro el grifo. Me siento bajo el fuerte chorro helado con la esperanza de que arrastre las dudas. Necesito relajarme, olvidar. No será fácil pero tengo que intentarlo o me destrozará por dentro. El agua comienza a caldearse. La paz va llegando. Permanezco una hora en la misma postura pues no me quedan fuerzas para intentarlo. Me siento débil, perdido en el desconcierto originado por la confesión.

Con las pocas fuerzas que logró reunir rompo la atracción establecida entre mi enrojecido cuerpo y el blanco asiento improvisado. Salgo de allí, desnudo y empapado, en busca de una botella de whisky olvidada tras alguna fiesta. Hielo, alcohol y el sillón acogiéndome entre sus brazos terminan de conseguir la tranquilidad anhelada. Aunque lo intento con todas mis fuerzas no soy capaz de olvidar lo ocurrido en la mañana. Luis no es mi padre. Las dudas se apoderan sin piedad de mis pensamientos. ¿Qué pasaría si Rosa tampoco fuera mi madre? ¿Será realmente el ingeniero jubilado que dice ser? ¿Mis abuelos son verdaderos o tampoco? ¿A quién puedo pedir ayudar para tragar todo esto? .La bebida se limita a ralentizas las preguntas que circulan por mi desolada mente. El sopor aparece sin previo aviso. No soy capaz de mantener los ojos abiertos. Los párpados se transforman en pesados bloques que obstruyen herméticamente mis ojos. Caigo en un profundo sueño.

Un fuerte e insistente sonido me transporta de regreso al mundo de los mortales. Resuena en la lejanía, sin cesar, un bucle infinito de una melodía vagamente familiar. El sol hace tiempo que claudicó ante la Luna y la oscuridad invade la ciudad. Intento poner los cinco sentidos en encontrar el causante de tal alboroto. Mi embotada cabeza no logra descifrar las señales sonoras. Ni siquiera me ayuda a comprender donde me encuentro. Me parece que viene de la cocina. Empujo mi cansado cuerpo por el pasillo con la firme intención de frenar semejante escándalo. Debajo de un montón de ropa, localizo al culpable. El maldito móvil. ¿Quién será a estas horas de la noche?.

     - ¿Si? ¿Quién es?. Silencio. Oiga si es una broma voy a colgar.- balbuceo ante el micrófono del aparato.

     - Ya está. Todo ha terminado. Tu padre ha muerto. – reconozco al otro lado la voz de mi madre oculta tras los sollozos.

     - Perdona pero no era mi padre. Me da exactamente igual.

     - ¡No hables así de tu padre! – chilla histérica mi madre.

     - ¿No te quieres enterar, madre? Esta mañana me contó vuestra historia, ese secreto que con tanto empeño habías ocultado. Sé que él no era mi verdadero padre.

     - ¿Te lo contó todo? ¿Incluso, cómo tu abuelo me echó de casa al quedarme embarazada y sin marido?

     - No. De eso no me hablo – susurré intentado asimilar la nueva información proporcionada por mi madre en estado de shock.

     - Se atrevió a dar la cara por mí. Se sacrificó trabajando duramente para que no nos faltará nunca nada. Incluso perdía parte de su tiempo libre por compartir momentos contigo a pesar de necesitar descanso. Renunció a su familia, la cual le repudió, para formar la suya propia.

     - Mira, madre, no quiero perder más tiempo hablando del tema. Déjame en paz que quiero dormir. Tendrás otras cosas de las que preocuparte ahora mismo.

     - No, no pienso dejarte tranquilo porque estas cometiendo una terrible equivocación. Se lo debes a Luis aunque no haya sido tu padre. Ha sido alguien muy importante para ti y creo que le debes un respeto. Te ha tratado como si fueras su hijo. Y tú le has considerado hasta hoy tu padre. No llevas sus genes. ¿Y qué? Lo que importa son los sentimientos. Y tu verdadero padre carecía por completo de ellos. Era una persona ruin, dañina. No era capaz de ver más allá de su propia persona. Y me alegro de haberle perdido de vista.

     - ¡No quiero oírte hablar así de mi padre! – protesté alzando la voz

     - ¡Cállate! No le llegaste a conocer y eso que has ganado. ¿Hubieras podido soportar ver cómo me apaleaba cada vez que llegaba a casa? ¿Soportarías sus palizas sin rechistar? Eso es lo que te hubiera tocado vivir a su lado. Así que, dúchate para ver si se te pasa la borrachera, vístete y ven corriendo al hospital. Es el sitio en el que debes de estar.

Y colgó. Estaba acostumbrado a las reprimendas de mi madre pero no a que fueran tan directas y cortantes. Volví a sentarme en el sofá. Las noticias recibidas durante el día se centrifugaban a mayor velocidad cada segundo que pasaba. ¿Qué debía hacer? ¿ir?¿quedarme?¿olvidar?¿recordar?. Creía que me iba a estallar de un momento a otro.

Otra vez mi madre tenía razón, como en innumerables ocasiones. Nunca le daba razón aunque finalmente terminaba reconociéndolo en mi fuero interno y hacia caso de sus recomendaciones. Tal vez no fuera mi verdadero padre pero se había portado como si lo fuera. No existían dudas en mi interior acerca de la importancia que Luis había tenido en mi propia vida. Lo mínimo que podría hacer era presentarle mis respetos por ello.

Si quería salir de casa tendría que vestirme pues me había quedado dormido desnudo después de la reparadora ducha. Camino parsimoniosamente por el pasillo en dirección a mi dormitorio. Tendré que buscar algo limpio, negro y elegante. El siempre me recalcó que un caballero debía de ser elegante ante cualquier situación en la que se viera inmerso. Mientras rastreo en el armario, mis ojos caen a plomo sobre la mesilla de noche. Rodeada de un marco de madera y protegida del paso del tiempo por un cristal, aparece una foto juntos.

Una sensación cruza mi alma como un relámpago y vuelve a convertirla en terreno desolado. Mentiras. He vivido entre mentiras. No puedo confiar en sus palabras. No quiero ser partícipe de más mentiras. El no las soportaba y me enseñó a mí a no hacerlo.

     - Mierda – mascullo entre diente – otra cosa que agradecerle.

Me tumbo en la cama convirtiéndola en mar embravecido con las gotas de la tristeza que empapan mi alma. No soy capaz de olvidar los engaños que acompañaron nuestras vidas. ¿Perdonar? Podría ser la solución pero tampoco alcanzo esa meta.  Sin perdón ni olvido la situación parece complicada de solventar. De repente, se enciende una bombilla en el interior de mi alma. Tengo por algún lado un álbum de fotos que mi madre me regaló la última vez que estuvo por aquí. Ya recuerdo. Están en el despacho. Continua dentro de la misma bolsa. Me siento sobre la alfombra. Una foto con Melchor, uno de los tres Reyes Magos. Recuerdo ese día. Detrás de la barba se atisba un rostro familia. Es la cara feliz de Luis. Más lágrimas invaden el espacio que otras ocupaban hasta hace poco. Se desbordan formando ríos que desembocan bajo la comisura de mis labios. ¿Qué importa una mentira que sirve para proporcionar una felicidad inmensa y alejar los fantasmas de un pasado repleto de dolor y sufrimiento? Mis padres lo habían logrado durante 42 años y 3 meses. Y eso es lo que hacen los buenos padres por sus hijos. Luis había sido mi padre durante toda mi vida, a pesar de los genes. Terminé de vestirme y me marche corriendo hacia el hospital. Mi madre necesitaba mi apoyo. Las luces de la ciudad se iban apagando mientras el sol irrumpía con fuerza en el cielo azulado anunciado un nuevo día.

Al llegar, todos los sentimientos que se había acumulado durante el día pasado, se vuelven imparables y abrazo con fuerza el cuerpo maltrecho de mi madre. Vuelvo a ver, por última vez, a mi difunto padre. No permanecí más de cinco minutos contemplándole pues era incapaz de soportar la tormenta de sensaciones que estallo en mi alma. Lo justo para agradecerle todo lo que había hecho por mi, toda la felicidad con la que regó mi vida desde el primer momento en que tuve conciencia de que él era mi padre.

 

1 comentario

Raquel -

Tal y como me has pedido hoy, haré mi crítica literaria con la esperanza que te ayude a mejorar y sigas escribiendo, porque me parece espectacular el reto que te has propuesto.
Para empezar, creo que al relato le falta algo más de descripción, personalmente a mí me matan los escritores como Gala que para describir una mota de polvo encima de un mueble dedican 35 página, pero contar con más detalles algunos pasajes hacen que el lector se sitúe mejor en la historia. Por ejemplo, el protagonista odia los hospitales y en ello podrías haber ahondado más, describiendo el olor que lo impregna todo (mezcla de medicamentos y muerte), lo vacía que puede resultar una habitación (te estás muriendo en un lugar donde no están los recuerdos que quieres, fotos, objetos, etc), el color blanco de los hospitales que da sensación de algo tétrico.... no sé, cosas de este estilo que hacen que la angustia del lector conecte con la de la persona que va a ver a su padre morir....
Luego, la reacción del protagonista no me parece muy creíble, se supone que está roto de dolor porque su padre se va a morir y con una noticia así sus esquemas se rompen al segundo y ya lo manda todo a paseo, no sé, me ha dejado fría, no he conectado para nada con él, a lo mejor si hubieras explicado más sus sentimiento, por qué ese rechazo tan repentino, que pasa por su cabeza, no sé, algo más, quizá hubiese sido más creíble....
Por último, yo no entiendo mucho de sintaxis literaria ni tiempos verbales ni cosas por el estilo, pero en algunos párrafos repites la misma palabra varias veces, y eso hace que el texto sea muy repetitivo.....

Bueno, y creo que eso es todo. Espero que te sirva para algo ¡¡¡¡un besazo enorme!!!!!